Dada la filosofía de venir a pares, los usuarios pueden optar por dos aventuras diferentes, «Pokémon Let’s Go; Pikachu» y «Pokémon: Let’s Go, Eevee», con lo que el personaje en cada uno de los casos será distinto. A nuestra mascota principal se le puede poner un apodo distinto, así logramos que resulte algo más familiar a la hora de interactuar. Aunque nos acompaña por donde vamos también tiene sus necesidades, con lo que de vez en cuando es importante prestarle atención.
El título recupera la historia del «pokémon» más conocido, Pikachu, que hace veinte años fue toda una sorpresa. Y eso que cuando apareció en la televisión por primera vez vino precedido de una interesante campaña acerca de que niños en Japón habían sufrido ataques de epilepsia. Aquí, los usuarios comenzarán su aventura en Pueblo Paleta, lugar en el que en el que iniciarán un viaje para convertirse en el mejor Entrenador Pokémon.
A diferencia de entregas anteriores, la convivencia con los demás «pokémon» salvajes es más intuitiva y fácil de digerir; están repartidos por la hierba, en el cielo o en otros sitios pero se ven al vuelo. Esto representa un cambio sustancial puesto que las mecánicas de juego se ven condicionadas radicalmente, reduciendo en parte la virulencia de atraparlos o, simplemente, abandonando la aleatoriedad de la que hacía gala el juego.
En esa idea de Nintendo de fundir los mundos virtuales con la realidad más circundante, el título viene con una sorpresa; un pequeño accesorio adicional en forma de «pokéball» -la cápsula con la que se atrapan a los «pokémons» en el juego- que sirve de mando de control. Es independiente y adictivo a más no poder, pero no prescinde de los controles habituales de la consola Switch.
La gracia está en que la bola, llamada Pokéball Plus, es real como la vida misma; dispone de varios sensores, un «joystick» y un botón con los que manejar al personaje principal en su búsqueda por atrapar criaturas virtuales. Haciendo el gesto de lanzarlo contra la pantalla aparecerá la trampa -dentro del círculo verde que aparece y que se va estrechando conforme pasan los segundos-, aunque dependiendo del animal habrá que ir debilitándolo, aunque no requiere de cierta destreza en niveles superiores como sucedía anteriormente. El problema es que conforme se acumulan más horas de juego se pierde la euforia inicial.
Pero lo que no ha variado es el planteamiento; hay que cazarlos a todos. Esa es su fórmula, que permanece invariable, con lo que es muy complicado atraer a un público nuevo. Y más sobretodo en tiempos en donde los títulos que mandan, «Fortnite», se centran en la supervivencia extrema y en el multijugador. A medida que se van coleccionando (o descubriendo), las criaturas se pueden mejorar y evolucionar para poder combatir con garantías en los combates por turnos que se inician a lo largo de la aventura.
Eso sí, con ciertas renuncias respecto a años anteriores; ahora son los entrenadores los que, en función de su catálogo de «pokémons» cazados, deciden los combatientes que se van a enfrentar. No es un cambio menor, puesto que este concepto de juego condiciona la manera de asumir el control como en el fenómeno móvil de hace un año «Pokémon Go». Tampoco lo son los combate; los escenarios son más espectaculares y, ahora, se puede solicitar ayuda externa si te ves apurado. El nivel gráfico también se ha estilizado para ofrecer una estética más moderna.
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